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PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Existen diferentes tipos de emociones todas ellas normales las cuales nos ayudan a contender con lo que ocurre en nuestro día, como adultos sabemos identificarlas y las interpretamos como “positivas o negativas” pero todas tienen una función específica.
Las niñas y niños aprenden de sus padres, cuidadores o adultos con los que conviven a regularlas.
Las emociones primarias o básicas son: alegría, ira, miedo, asco, tristeza, sorpresa.
A lo largo de los primeros años de vida, los niños manifiestan distintos estilos emocionales al presentar temperamentos variables y a formar vínculos emocionales con sus padres o cuidadores.
Es importante que como adultos aprendamos a identificar qué emociones nos cuesta más trabajo regular o nos generan mayor incomodidad. Para de esta manera poder ayudar a los pequeños a reconocerlas y regularlas.

ANSIEDAD:

Desarrollo normal y desviaciones de la ansiedad.

Durante la infancia es normal que los niños y niñas presenten periodos de temor o fobias específicas, como la obscuridad, los monstruos, insectos, rayos y truenos.

La ansiedad, es la variante humana del signo universal que alerta al organismo frente al peligro y que organiza el sistema específico de las especies y adecua situacionalmente las defensas.

Es un afecto primario, que pone en marcha los mecanismos intrapsíquicos originados en ella (la forma en la que las personas aprenden a reaccionar a situaciones de riesgo). Es un desasosiego generado por la preocupación ante lo que puede suceder, la inquietud o aprensión ante un posible acontecimiento futuro.

Es muy común tomar los extremos sobre ésta emoción que presentan las niñas, niños y adolescentes:
Normalizando o pasando por alto la ansiedad: “ya aprenderá”, “es parte de la edad”, “con el tiempo se quitará”, “pasada la adolescencia curará”.
Mientras que en el otro extremo se considera negativa: “tiene una personalidad débil”, “está muy enfermo”, “que desgracia, desde pequeño está sufriendo”.

La ansiedad tiene funciones de:
● Contrarrestar esperanzas extravagantes o exageradas.
● Hacernos cautelosos y vigilantes.
● Impedir el desarrollo del exceso de confianza.

El miedo es un estado emocional generado por situaciones inesperadas que con frecuencia paraliza las defensas, movilizando la actividad mental de las personas.
Puesto que se trata de una emoción en la que se mezcla el temor con las habilidades individuales puede inspirar a las personas a generar respuestas psicológicas o conductuales sorprendentes que van más allá de la comprensión del suceso.
Sólo un experto en desarrollo podrá indicar el estado de gravedad o la normalidad de la ansiedad, que no debe ser confundida con el temor o fobias en la infancia.

Cuando tengo cambios de comportamiento o del estado de ánimo que persisten, a veces sin motivo aparente. Por ejemplo si me siento triste, enojado o apático la mayor parte del día por más de dos semanas.

Cuando los síntomas comienzan a afectar la esfera social, laboral, académica o familiar.

Cuando el estado de ánimo interfiere con mis patrones de sueño, alimentación, actividad física y con mis deseos de hacer las cosas que me gustan; o ya no disfruto lo que antes sí disfrutaba.

Cuando mi capacidad de juicio y de tomar decisiones se ve afectada, o si alguno de mis sentidos presenta alteraciones o distorsiones de la realidad.

Por ejemplo veo o escucho cosas que nadie más percibe.

Cuando los síntomas causen pensamientos o conductas de riesgo para mí o para los demás.

Por ejemplo deseos de hacerme daño o hacerle daño a otros, querer morir o practicarme autolesiones, planes o ideación suicida o de violencia hacia otros.

Cuando utilizo sustancias psicoactivas para sentirme mejor como alcohol, tabaco y otras “recreativas” que causan riesgo para mi salud.

Sí, su función es poder investigar y detectar esos trastornos en forma temprana (o tardía) mediante la elaboración de un adecuado interrogatorio e historia clínica, realizar un diagnóstico apropiado e incluso comenzar el tratamiento y darle seguimiento; reconociendo en qué casos es necesario derivar al paciente al psiquiatra.

Otra de sus responsabilidades es educar a los pacientes acerca de lo importante que es la salud mental tanto como la física, eliminando así los prejuicios que siempre han existido. De esta forma pueden vencer la resistencia del paciente a recibir un tratamiento.

Siempre es bueno que los médicos sepan reconocer sus limitaciones y derivar al especialista a sus pacientes por el bien de su salud.

Un trastorno mental grave se define como un padecimiento mental de duración prolongada que conlleva un grado variable de discapacidad y disfunción social; que puede progresar, recaer y volverse crónico.

Puede definirse por el tipo de diagnóstico, la duración de la enfermedad y el tratamiento, y la presencia de discapacidad.

Los diagnósticos que se definen de esta forma son:
• los trastornos psicóticos (es decir aquellos donde encontramos alteraciones en la percepción de la realidad) cómo la esquizofrenia y los trastornos delirantes.
• Trastornos afectivos o del humor graves cómo, el trastorno bipolar, el episodio depresivo con síntomas psicóticos, el episodio depresivo grave, crónico y/o recurrente.

Cuando hablamos de duración de la enfermedad nos referimos a aquellas que persisten por mas de dos años sin mejoría; a pesar del adecuado tratamiento y seguimiento, y apego al mismo por parte del paciente.

La presencia de discapacidad se refiere a la existencia de disfunción global moderada o severa que afecta el trabajo, la vida social y/o familiar.

*Aquellos que comienzan en la infancia o adolescencia principalmente para diagnóstico.

*Trastornos del neurodesarrollo como:
Trastorno por déficit de atención e hiperactividad
Trastorno del espectro autista
Discapacidad intelectual con problemas de conducta
Trastornos de conducta (trastorno oposicionista desafiante y trastorno disocial)

*Aquellos trastornos leves o moderados que posterior a un ciclo de tratamiento no responden al mismo.
*Cuando nos encontremos frente a un trastorno mental grave o tengamos sospecha de él.

**Recordar que todos los trastornos mentales tienen un mejor pronóstico cuando se acompañan de un proceso terapéutico y/o farmacológico sin importar su gravedad.